viernes, 22 de junio de 2007

La plaga del Frappuccino

El nombre Starbucks está sacado de la novela Moby Dick, pero significa literalmente y a capón dólares con estrella. Y resume perfectamente la ideología de esta franquicia que poco a poco y en silencio arrasa con bares, tiendas y comercios de todo tipo en nuestras urbes. Calles enteras aparecen infestadas de la noche a la mañana por el logotipo de la sirena.
Starbucks está hecho de plástico barato, madera contrachapada y empleados con sueldo basura. Es decir, la máxima expresión del american way of life al que nos han obligado a claudicar. La situación inmobiliaria tampoco nos favorece: las franquicias y la mafia china son los únicos que pueden hacer frente a los astronómicos alquileres. ¿Quién puede pagar un millón de pesetas mensuales vendiendo cerámica, alpargatas o sirviendo chatos? Ya casi nadie. Únicamente los empresarios con patente de corso que se permiten el lujo de cobrar más de tres euros por un mocca que sabe a aguachirri, servido en recipiente de cartón plastificado y que tienes que levantarte a buscar. Eso sí, la atmósfera hipster sigue atrapando a muchos despistados.
El café verde es sólo una porción del problema: Madrid parece cada vez más un satélite de Pittsburg, Chicago o Seattle. Nuestra personalidad se diluye poco a poco como una pastilla efervescente en el gran vaso de la cultura euro-yankee a la que nunca pertenecimos. Y a nadie aquí parece importarle. En Francia ya han tomado posiciones, y quijotes como José Bové han acabado entre rejas por tutear a los gigantes gringos. El roquefort y el burdeos a duras penas resisten los embites de la hamburguesa con esteroides y del jarabe químico de azúcar. Mientras tanto, invito a boicotear el nuevo Starbucks de la calle Génova, advirtiendo que la justicia y la corrección política siguen apoyando al Tío Sam.

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