martes, 26 de junio de 2007

Lingua nostra

Entre los siglos XIV y XIX surgió entre los marinos y mercaderes del Mediterráneo una lengua común: el Sabir. Inicialmente fue mezcla de elementos romances de diferentes regiones, adaptándose luego a la evolución del italiano, el provenzal, el español, el portugués y el árabe. Gracias a este gazpacho, un comerciante libanés y un marinero siciliano podían entenderse sin problemas. La máxima expresión de la mediterraneidad, del una razza, una faccia. Una lengua inclasificable, riquísima y de una belleza sin precedentes.
Imaginemos por un momento que el Sabir se hubiese adaptado al devenir del tiempo, que se hubiese colado en un ámbito más culto y su expansión impregnase a todos los países ribereños. Habría sido un inmejorable vehículo de comunicación entre culturas tradicionalmente enfrentadas, sería un fósil viviente de lenguas romances ya perdidas, una solución a estatuts y sobre todo, una patada en los testículos a los nativos de la pérfida Albión y a su imperial english. Los anglosajones no habrían podido competir con un idioma tan vivo, tan pícaro, tan lleno de matices y de juegos de palabras, tan adaptable y tan sonoro. Europa se debatería entre la meridional lengua de olor a almendras y sabor a vino y la lengua nórdica del business y el fish and chips.
Hoy en día el Sabir está considerado como un idioma desaparecido, aunque algunos etnólogos románticos insisten en que aún se habla en un ámbito marino reducidísimo de las islas del mar Egeo, utilizando ahora una sintáxis árabe con vocabulario italiano, español, francés, sardo-catalán y turco.

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