jueves, 5 de marzo de 2009

Capítulo VIII. Del terrible suceso que el valeroso don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de las Cuatro Torres Business Area.

En llegando los dos desdichados a la villa de Madrid descubrieron las cuatro torres que hay en aquel campo; y, así como don Quijote las vio, dijo a su escudero:
- Sancho, mira allá, a lo lejos. ¿Ves como yo veo aquellos cuatro gigantes tenebrosos? ¿Qué mente enferma y falta de seso habrá consentido tal desatino? ¡Gran servicio sería quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra!
- Ni enferma ni falta de seso, señor. Que más bien habrá sido una bandada de pícaros e hideputas, de esos que alardean de avances y desarrollos. Pero un pobre labriego nada sabe de esos menesteres, pues servidor prefiere morar en su choza de adobe que en las entrañas de semejantes criaturas.
- Fíjate bien, Sancho, que juraría haber visto un buen número de ánimas tristes entrar, salir y medrar en aquellos largos demonios. ¿Pero no había tras las negras sombras un agradable poblachón manchego?
- Nada queda de aquella villa, señor. Y sepa vuestra merced que no faltan hidalgos o mejor hijos de algo que gasten sus maravedíes a cambio de hacer noche en esos monstruos, pues dicen en Castilla que uno de ellos es fonda.
- Cosas veredes Sancho, cosas veredes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Genial!