
Lo cierto es que Carlos II fue el último Rey del peculiar Imperio Español, y el más quijotesco de todos los reyes que este país ha tenido. Tras él sólo hubo silencio. Luego llegó la aburrida, sosa, racionalista e insoportable monarquía francesa de los Borbones.
Carlos II murió a los 38 años sin dejar descendencia, y con él murió la casa de los Austrias. Murió su filosofía nietzscheana de la vida, su irracionalismo germánico (y tan español), el decadentismo, el esperpento ibérico y el alegre caos que imperó durante su mandato. Bajo los Austrias germinó el Siglo de Oro, Cervantes, Quevedo y El Dorado. La alquimia fue elevada a estatus de arte.
Si Dalí hubiese elegido retratar algún monarca español, habría pintado a Carlos II en su lecho de muerte: cadavérico, velado por brujas y chamanes, con la cabeza rodeada de palomas muertas y los intestinos de un cordero aún calientes sobre su vientre. ¿Cabe imaginar una escena más surrealista?
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