Un día nuestro planeta se convertirá en un pedregal absoluto, lo mismo que Marte, pero gracias a cierta divinidad eso sucederá dentro de miles de millones de años. Desaparecido el hombre de la faz de la Tierra, en ella reinarán todavía los lagartos, los berberechos, el bacilo de Koch y otras criaturas que resistan hasta el final la adversidad del universo. Tal vez el último superviviente será una bacteria semejante a aquella mediante la cual se inició la vida en una charca africana. El tiempo no existe. Entre estas dos bacterias hermanas, el tiempo se habrá constreñido a un punto inmaterial en cuyo interior se hallará la historia de la humanidad como un episodio secundario de la bioquímica. A pesar de esto, hay gente que saca pecho y dice: usted no sabe con quién está hablando.
viernes, 30 de noviembre de 2007
jueves, 29 de noviembre de 2007
El tiempo del sueño

lunes, 19 de noviembre de 2007
Un Rey incomprendido

Lo cierto es que Carlos II fue el último Rey del peculiar Imperio Español, y el más quijotesco de todos los reyes que este país ha tenido. Tras él sólo hubo silencio. Luego llegó la aburrida, sosa, racionalista e insoportable monarquía francesa de los Borbones.
Carlos II murió a los 38 años sin dejar descendencia, y con él murió la casa de los Austrias. Murió su filosofía nietzscheana de la vida, su irracionalismo germánico (y tan español), el decadentismo, el esperpento ibérico y el alegre caos que imperó durante su mandato. Bajo los Austrias germinó el Siglo de Oro, Cervantes, Quevedo y El Dorado. La alquimia fue elevada a estatus de arte.
Si Dalí hubiese elegido retratar algún monarca español, habría pintado a Carlos II en su lecho de muerte: cadavérico, velado por brujas y chamanes, con la cabeza rodeada de palomas muertas y los intestinos de un cordero aún calientes sobre su vientre. ¿Cabe imaginar una escena más surrealista?
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