Pese a los esfuerzos de la Unión de Mercaderes por evitarlo, poco a poco se van filtrando en la prensa occidental una serie de datos incómodos que darían un vuelco al papel de malos de Mad Max que les han colgado a los insurgentes piratas somalíes, esos andrajosos desnutridos que, con dos cojones y un kalashnikov, han puesto en jaque a los empresarios europeos, a los atuneros con radar y a los ejércitos de medio mundo.
Parece ser que gran parte del problema comienza en los pulcros y verdísimos valles de una Suiza de postal. La empresa local Achair Partners y la italiana Progresso se encuentran con un serio problema: tienen toneladas de residuos químicos y los quieren lejos de sus hogares. En un gesto astuto y ruin, propio de esos lacayos de los nazis que guardaban fundas dentales, las dos corporaciones firman un vergonzante acuerdo con Ali Mahdi, uno de los grandes señores de la guerra: lanzar los containers contaminados a las aguas somalíes a razón de 3 dólares la tonelada. Las dos empresas se apuntaban un tanto.
El desaguisado se destapa en el 2004, año del tsunami. La gigantesca ola destroza los contenedores y libera su fétido contenido por doquier. Miles de personas en la región de Puntland comienzan a padecer terribles síntomas, como hemorragias abdominales, perdida masiva de piel, abrasiones y una colección de cánceres y tumores letales. La ONU, desbordada por la evidencia, no tuvo más remedio que reconocer vertidos occidentales en la zona compuestos de "uranio, basura radiactiva, plomo, cadmio, mercurio y residuos químicos". Meses después, los pescadores locales junto a milicias de guerrilleros se hicieron a la mar para dar caza a esos buques occidentales y atuneros con tecnología militar que no sólo acaban con sus recursos naturales, sino que impúnemente transforman el agua marina en una sopa ácida y venenosa.
Parece ser que gran parte del problema comienza en los pulcros y verdísimos valles de una Suiza de postal. La empresa local Achair Partners y la italiana Progresso se encuentran con un serio problema: tienen toneladas de residuos químicos y los quieren lejos de sus hogares. En un gesto astuto y ruin, propio de esos lacayos de los nazis que guardaban fundas dentales, las dos corporaciones firman un vergonzante acuerdo con Ali Mahdi, uno de los grandes señores de la guerra: lanzar los containers contaminados a las aguas somalíes a razón de 3 dólares la tonelada. Las dos empresas se apuntaban un tanto.
El desaguisado se destapa en el 2004, año del tsunami. La gigantesca ola destroza los contenedores y libera su fétido contenido por doquier. Miles de personas en la región de Puntland comienzan a padecer terribles síntomas, como hemorragias abdominales, perdida masiva de piel, abrasiones y una colección de cánceres y tumores letales. La ONU, desbordada por la evidencia, no tuvo más remedio que reconocer vertidos occidentales en la zona compuestos de "uranio, basura radiactiva, plomo, cadmio, mercurio y residuos químicos". Meses después, los pescadores locales junto a milicias de guerrilleros se hicieron a la mar para dar caza a esos buques occidentales y atuneros con tecnología militar que no sólo acaban con sus recursos naturales, sino que impúnemente transforman el agua marina en una sopa ácida y venenosa.